martes, 4 de noviembre de 2014

Fragmento de Níveo-Parte I

Evril salió de su camarote al escuchar al vigía del barco gritando que había avistado tierra. Aún seguía algo molesto por tener que realizar ese viaje para ayudar a su padre pero la experiencia que supondría visitar el nuevo mundo le fascinaba.

Se dirigió a paso ligero a la cubierta del barco y como muchos tripulantes del navío se acercó a la proa del barco y contemplo el nuevo mundo.

La vasta tierra que conformaba el enorme continente del norte se encontraba justo en frente de sus ojos, a solo un día de viaje. Evril no pudo evitar sonreír, estaba ilusionado. Su padre le había hablado maravillas de aquel mundo y por fin podría comprobar si todas ellas eran ciertas. Suspiró observando el horizonte y como a medida que avanzaban el territorio se veía con más nitidez. Sin pensarlo dos veces se tiró por la borda y antes de llegar al agua se transformó en un majestuoso cuervo albino.

-¿A dónde crees que vas?-

Evril escuchó la voz de la Sabio que le acompañaba y fingiendo no haberla escuchado, continuó su viaje hasta la costa. El tardaría mucho menos que el barco. Una vez que llegaran a tierra firme sabrían donde encontrarle y donde debían trasladar sus cosas, Mein, la joven Sabio lo sabía.

El precioso océano del sur era de un color oscuro, mucho más oscuro que el pequeño océano de Kartia, de la antigua Kartia ahora denominada Zaenkart, aquel océano siempre le había parecido grandioso hasta ese momento. Entendía ahora porque muchos Sabios empezaban una moción para calificar a Atash un simple mar, un pequeño mar algo profundo entre los enormes océanos de la ahora expandida Kartia.

Tardó la mitad del tiempo que el barco se tomaría para llegar hasta tierra firme, sus ansias de poder pisar el nuevo mundo le habían llevado a abandonar a su acompañante y cometer la locura de cruzar una extensión de agua desconocida hacia una tierra nueva en la que le aguardaban miles de peligros. Por fin pisó tierra, la árida y cálida tierra del continente del sur, pero las cosas eran muy distintas a lo que él esperaba. No había nada, ni una casa, ni una tienda de lona, nadie para recibirle. ¿Dónde estaba el puerto? Miró hacia atrás y a lo lejos vio a Espíritu Aventurero, el barco en el que debería estar.

Evril se sintió algo desconcertado. ¿Era todo tan distinto a Zaenkart? ¿Incluso los puertos y ciudades? Dio unos cuantos pisotones a tierra como si estuviera tocando a las puertas de una ciudad subterránea, sabía que en muchos reinos enanos las pisadas de la superficie se escuchaban a la perfección y contaba con que aquello pudiera alertarles si es que la vida en aquel continente transcurría bajo tierra. No ocurrió nada.

-No deberías estar solo aquí.-

Evril escuchó la voz femenina tras él y con reflejos felinos dio un respingo para girarse y ponerse de cara del locutor. Las pupilas rasgadas del joven se dilataron hasta que sus ojos parecían completamente negros como la noche. -¿Quién eres?-dijo al ver a la joven. Era una kartior, bastante joven al parecer o al menos eso es lo que Evril deducía por el tamaño de sus cuernos. Si no se le habían cortado nunca, éstos tenían una forma puntiaguda y creían tres centímetros cada diez años hasta llegar a la edad adulta. Los cuernos de la joven debían medir unos quince centímetros lo que indicaba que tenía unos cincuenta años de su raza o lo que equivaldría a unos quince años humanos. La jovencita le miró algo asustada sin mediar palabra. El albino teriántropo relajó sus pupilas que volvieron a contraerse, para segundos después dejar de ser rasgadas y volver a su forma redonda habitual. La observó, permanecía quieta, casi inmóvil mirándole fijamente como si temiera que fuese hacerle daño. Tenía media melena de color paja que se enredaba por sus pequeños cuernos. Su piel era de color canela, característica de su raza, tenía los ojos grandes y amarillos que le miraban expectantes. -¿Cómo te llamas?- preguntó el joven intentando obtener alguna respuesta.

-Sullista.-susurró la joven para acto seguido agachar la cabeza.

Su padre le había hablado de los kartiors, una raza extraña, noble y muy tímida. Las torturas que los colonos les habían hecho sufrir habían pasado factura, eran una raza desconfiada a cualquier humano, a cualquier, elfo, a cualquiera que no fuese de su misma raza o llevara las palabras CÍRCULO DE LOS ESCLAVOS tatuadas en la frente.

-¿Eres de los Allesk?-preguntó el joven. Las historias y enseñanzas de su padre sobre el nuevo mundo le hacían conocedor de muchas cosas y mucho más porque su padre había pertenecido al Círculo, había ayudado a Laen a echar a los malditos colonos del territorio sur y se había ganado la simpatía de la mayoría de las razas que habitaban dicho continente. Los Allesk, eran una tribu con la que convivió su padre durante su estancia para ayudar a abolir la esclavitud, dicha tribu había sido de las pocas que no había sido exterminada al completo con la llegada de los colonos.

Sullista se acercó lentamente a Evril, en ningún momento levantó la cabeza, como si temiera que aquel gesto le ofendiera.

-Soy un teriántropo.-le aclaró el muchacho. Los hijos de Sika eran bienvenidos en casi todos los territorios del nuevo mundo y eran respetados por las nuevas razas. Ellos habían sufrido un exterminio parecido al que los colonos les habían sometido a las nuevas razas, a penas unos años de que el Círculo de los Esclavos comenzara a luchar en serio por la libertad del nuevo mundo. Evril recordaba aquel genocidio contra su raza, en él había perdido a uno de sus hermanos pequeños y toda la confianza que tenía en su madre, ahora prácticamente ni le hablaba, para él ella no era nadie.

La chica reaccionó ante las palabras de Evril, levantó la mirada y sonrió. Al albino teriántropo le pareció más guapa con la sonrisa dibujada en su rostro. -No pertenezco a los Allesk. Soy de los Durin.- le respondió la chica.

Evril sonrió y le tendió la mano.-Me llamo Evril Dúimar. He venido a ayudar a mi padre con los Asments.-

Los ojos de la muchacha se abrieron como platos. -¿Vienes a matarlos?-preguntó nerviosa.

Evril negó rápidamente con la cabeza.-No, todo lo contrario.-dijo el joven apartando la mano que le había tendido a la joven.-He venido para salvarlos, son hijos de nuestras diosas, nosotros debemos salvarlos.-

Sullista le miró desconfiada.

-¿No me crees?-

La joven hizo ademán de responder a su pregunta pero rápidamente alzó una mano indicándole que permaneciera quieto y en silencio. Había percibido algo. Evril la miró extrañado durante los cinco segundos que la joven permaneció quieta al igual que él.

-¡Ya está aquí!-gritó.-¡Debemos irnos!-

Evril se quedó atónito. ¿De quién estaba hablando? Antes de que pudiera preguntarle, la respuesta apareció ante sus propios ojos. Justo a unos centímetros de ellos unas enormes fauces salieron de entre la arena. Evril consiguió esquivarlas dando un respingo hacia atrás. Sullista hizo lo mismo echándose hacia un lado.

-¡Es un tiburón del desierto!-gritó la joven.

-¿Un tiburón...?¿De qué?- preguntó extrañadísimo el joven.

La enorme criatura de unos seis metros salió de la arena. Parecía una mezcla de lagarto con una rata topo sin pelo, algo que Evril jamás había visto en su vida.

-Son uno de los depredadores más feroces de esta zona.-le aclaró Sullista.

El animal parecía algo torpe sobre la superficie terrestre pero tenía unas potentes patas delanteras que le proporcionaban la fuerza suficiente para dar grandes saltos para alcanzar a sus presas en el exterior. Evril esquivó unas tres veces la embestida de aquel feroz animal que comenzaba a salivar pensando en comerse al joven albino.

-Naif'n, naif'n!- le gritó el joven.

-¡Tú lengua animal no sirve para estas bestias!-gritó Sullista que se había alejado unos metros.-Tienen una mente muy poco evolucionada, no pueden entenderte.-

Evril hizo una finta hacia la izquierda para evitar un nuevo ataque del tiburón terrestre y pensó en lo que la kartior había dicho. Su padre le había hablado de los peligros que había en las nuevas tierras pero no recordaba que le hubiese comentado que había criaturas que atacaban a los mismísimos teriántropos, a excepción de los megadracos, un asunto pendiente que su rey quería solventar cuanto antes pero a causa de los problemas territoriales le había sido imposible.

Sullista cerró los ojos unas décimas de segundo y concentro su poder telúrico, segundos después su brazo derecho se petrificó. -¡Aparta!- gritó la joven. -Le distraeré para que puedas acabar con él.-

Evril escuchó a la muchacha y aun pendiente del extraño animal dio un saltó y se dirigió justo hacia donde ella estaba.-¡Magia telúrica!-gritó sorprendido.-¡Me muero por aprenderla!-

Sullista sonrió ante aquel comentario del joven y le hizo un gesto para que se colocara justo tras ella. El teriántropo albino le hizo caso rápidamente. En fracciones de segundo la criatura se abalanzó sobre la kartior. Sullista usó su brazo convertido en dura piedra como escudo, las fauces del monstruo se cerraron aprisionándoselo. Evril se quedó paralizado unos instantes, observando la furia con la que el extraño ser mordía el brazo de la joven.

-¡Date prisa Evril!-

El teriántropo escuchó las palabras de la chica, pero a pesar de que quería ayudarla sentía que no podía. Era incapaz de matar a una criatura de Sika, él no había sido educado así, "El dialogo con los hermanos siempre ha funcionado." Recordó el muchacho. Aquellas palabras de su rey retumbaban en su mente.

-¡Evril!- gritó la joven. El tiburón comenzaba a romper la capa de roca dura que cubría el brazo de la joven, la sangre brotaba de las heridas que los afilados colmillos del monstruo habían comenzado a hacerle. Si el albino no acababa con la criatura, ésta mataría a la kartior.-¡Por favor!-

El muchacho reaccionó ante la súplica de la muchacha. Se adelantó y sintió una punzada al ver la sangre azulada gotear del brazo creando un pequeño charco en la arena. Rápidamente recordó lo estudiado en la escuela de magia, las criaturas elementales tenían unas debilidades, pero tan pronto pensó en ellas las descartó, ni si quiera sabía si aquel engendro era elemental. -¡Evril!-gritó desesperadamente la joven segundos antes de que su brazo comenzara a perder su capa de piedra dura y el extremo dolor de las fauces del animal la hiciera caer de bruces.

De repente a Evril le vino a la mente una idea. Si la mente de aquel animal era muy arcaica, su lenguaje también lo sería. -N'f, n'f! D^h 'n n* f'n!-gritó.

El monstruo abrió la boca soltando a la joven, para después girar la cabeza hacia el albino. Sullista cayó desmayada, su brazo estaba prácticamente destrozado, se le veía parte del hueso y tenía la piel hecha jirones. Evril rápidamente se acercó a ella. -¡Sullista!¡Sullista!¡Lo siento!- dijo el joven intentando reanimarla.

El tiburón observaba al albino. Evril ni siquiera se había sorprendido de que sus palabras habían surtido efecto, o al menos habían hecho que soltara a la joven. Estaba preocupado e intentaba por todos los medios que la joven despertara. El teriántropo se rasgó parte de su camisa e intentó taponar un poco la herida.

-¿Cómo cojones hago estos?-se preguntó a sí mismo al ver el tremendo destrozo que le había causado la criatura. Al instante volvió a acordarse del tiburón, alzó la mirada y le vio ahí, quieto tal y como le había ordenado.

-G'n *k?-preguntó.

El animal profirió un chirrido casi ensordecedor que Evril pudo comprender. Tenía la suerte de que su padre había vivido los cambios de la lengua, conocía su forma moderna en la que las vocales se pronunciaban de forma distinta y también la forma arcaica, rúnica, más reducida, con menos sonidos vocales. El albino le pidió que le llevara a la aldea o poblado más cercana, Sillista necesitaba atención médica urgente y su magia no era lo suficientemente buena para aquel cometido, ni siquiera le había interesado aquella asignatura en la escuela, él era un luchador no un mago sanador. La extraña criatura le respondió con amabilidad y le indicó que subiera a la joven a su lomo y luego se montara, él les llevaría con mayor rapidez. Evril le hizo caso, subió con delicadeza a la kartior y luego se montó. Ni siquiera sabía donde podía agarrarse, aquel extraño ser no parecía ser una montura muy cómoda. Sin aviso el animal comenzó a surfear por el desierto a una velocidad extrema que sorprendió a Evril. Esperaba poder salvar a la joven, si le ocurría algo él jamás podría perdonárselo.

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