martes, 25 de diciembre de 2012

¡Jinetes en guerra!



Y aquí os traigo otro fragmento más de Éter y Sangre: La muerte de los Dioses, no es el libro en el que debería trabajar ahora mismo pero es que llego a un punto que a veces necesito parones y empezar otra cosa nueva para poder continuar después con lo ya empezado, necesito inspiración nueva y ahora esta historia me está ayudando a eso. Espero que lo disfrutéis e intentaré subir otro trocito más. ¡Gracias a todos por leer!

Éter y Sangre: La muerte de los Dioses. ¡Jinetes en guerra!

Sintió con fuerza la llamada de las almas, alguien más había muerto en aquella cruel guerra. La Ira se montó en su Laphar e hizo gesto a su compañero para que le siguiera.
La Soberbia con su altanería característica hizo lo mismo que su superior y ambos emprendieron el vuelo en busca de las almas.
Ahí se encontraba La Hambruna mirando fijamente a las dos jóvenes.

-¿Esto es todo lo que podéis hacer?-

La Templanza sintió como sus tripas rugían llamando su atención para que les ofreciera a cambio un poco de comida. Hacía tan solo un año que no sentía aquella sensación, justo el año que llevaba recolectando almas, pero ese tiempo era suficiente para que aquella sensación le causara un malestar insoportable.

La Castidad, herida de muerte en el vientre alzó su cetro e intentó conjurar un hechizo curativo que la pudiera salvar del terrible destino que le esperaba. La risa estridente del jinete del Apocalipsis, resonó en el solitario valle. 


-¡Me dais pena!- gritó acercándose a la joven herida. 

-¡Déjala!- gritó la Templanza levantándose lentamente e intentado dejar de lado la sensación molesta de estar muriéndose de hambre. 

La chica cogió su bastón y haciendo un último esfuerzo conjuró una bola de fuego que le lanzó a su enemiga. La Hambruna esquivó casi sin problemas el ataque, algo que hizo que tanto La Templanza como La Castidad se lamentaran. 

De repente se escucharon unos gritos ahogados. Conocían aquel sonido, eran los Laphares de la Muerte. La Hambruna miró al cielo y sonrió pícaramente.

-¡Tenemos visita! Ahora se está poniendo interesante.- 

La Templanza se acercó a su compañera aprovechando que su enemiga estaba mirando hacia el cielo esperando la llegada de los siervos de la muerte. 

–Tranquila, te curaré.-La chica sacó de una bolsita de su cinturón unas yerbas y comenzó a masticarlas.

 -¿Hierba Friktaka?-le preguntó su compañera malherida. 

–Sé que no es la mejor para estos casos pero es lo único que tengo.-

La hierba Friktaka era una hierba del sur que se consideraba alucinógena pero también era un buen coagulante, hacía que las heridas se cerraran con bastante rapidez y cortaba casi al instante las hemorragias. La joven, que antaño fue elfa, tras masticar deprisa la hierba se la puso a su compañera en la herida cortando al instante la hemorragia. La Castidad alzó la vista y vio llegar a los siervos de Nuru mientras La Hambruna se alejaba de ellas acercándose a los recién llegados. 

-¡La Ira y La Soberbia!- exclamó la herida joven avisando a su compañera. La Templanza haciendo acopio de su don no miró hacia atrás al escuchar a su amiga, continuó llenando la herida de aquella pasta que se había formado con la hierba e intentando curarla de la forma más rápida posible. En aquellos momentos le alegraba que al menos dos de los que antes eran sus mayores enemigos siguiesen luchando por las almas. Hacia dos días que no aparecían y tanto ella como su compañera habían estado vagando y luchando solas contra los terribles nuevos buscadores de almas.

-¡La Hambruna!-gritó La Ira. Se bajó del Laphar que rápidamente salió volando seguramente a buscar las otras monturas de los jinetes. Las dos siervas del paraíso no tenían por qué preocuparse, sus monturas habían muerto hacía unos días y ellas se dedicaban a vagar casi sin rumbo intentando acudir a las llamadas de las almas. 

La sirviente de los Novoes volvió a reír con estridencia algo que a ambas chicas  les hizo estremecerse. La Soberbia se bajó también de su montura y se acercó con su forma tan característica de moverse, con la cabeza alta como si él fuese el rey del mundo entero. En décimas de segundos los tres empezaron a pelear.

La Hambruna movía sus dos dedos índice y corazón lanzando hechizos a su contrincantes. La Ira esquivando ágilmente los hechizos de la nigromante alzó su guadaña e intentó alcanzarla con un barrido. La Soberbia concentrada intentaba lanzar uno de sus mayores hechizos, pero los constantes conjuros de su enemiga hacían que la concentración fuese imposible así que agarró con fuerza su báculo y desenfundó la cuchilla de diamante y la chuchilla de oro que había dentro de él, para después intentar ayudar a su compañero atacando a su enemiga.

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Éter y Sangre: La muerte de los Dioses by Lidia Rodríguez Garrocho is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

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